Publicado en Wadi As el 6 de julio de 2007.
¡Qué listos son los tertulianos! ¡Saben sobre tantas cosas! ¿Y qué decir de la rapidez con que pasan de un tema a otro? Empiezan a hablar de De Juana, siguen por el dopaje en el ciclismo y acaban teorizando sobre la lista de bodas del famoso de turno. ¿Y su agenda? Es especialmente desconcertante echarle una ojeada a su día a día. Que si por la mañana en tal tele, que si por la tarde en tal radio, que si al día siguiente en la competencia, y tiro porque me toca. ¡Pero qué vida más dura ésta del tertuliano! ¿Y lo de hablar por hablar? ¿Cómo llevarán lo de no callar ni bajo el agua? Puff, no sé si es bueno para la salud esto de ser de profesión, tertuliano. Las cosas hoy día han cambiado mucho para los de este peculiar gremio. En el manual del tertuliano del siglo XXI está lo de escoger palabras tajantes, elevar el tono de voz, interrumpir al adversario a gritos, pelotear al tertuliano “amigo” para hundir al que trata de aniquilarnos… eso de respetar el turno de intervenciones, de escuchar los argumentos del oponente y urdir con firmeza, pero con criterio y moderación, un mensaje claro, ya está pasado de moda.
Son muy diferentes los tipos de tertulianos esturreados por la viña del Señor, es cierto, y también es verdad que la coherencia de sus discursos y el peso de sus argumentos los sitúa en niveles distintos de la escala de profesionalidad, pero todos tienen como común denominador su arte para parlotear, su estilo para asentar cátedra y su maestría para torear con diversos temas, ya sean o no de actualidad, y poder tratar con igual soltura la vida amorosa de Encarna Sánchez, la última asistencia médica que recibió Franco o las tribulaciones sobre qué hay de realidad en las caras de Bélmez.
¡Oh, fantástica capacidad? ¿En qué universidad habrá que licenciarse para ser tertuliano? ¿Qué comen? ¿Cómo duerme un tertuliano, sobre almohada anatómica o normal? ¿Cuál es el secreto de su ilimitada sapiencia, de su verborrea deslumbrante, de su incontinente locuacidad? Parece no ser nada fácil esto de ejercer de tertuliano, eso está claro, y sin embargo hay algo en nuestro interior que nos lleva un poco a imitarles, y esto se observa en los mercados, se aprecia en las charletas de bar, se escucha en los descansos en el curro, en los recreos del insti, incluso en situaciones difíciles como puedan ser un velatorio o una sala de espera de hospital. Cada cual saca su yo de tertuliano y se lanza a la pista de la opinión sin fronteras a la más mínima de cambio. ¿Por qué será? ¿Por la rotundidad de los gestos del tertuliano, por sus frases lapidarias, por su mediática omnipresencia, por su infatigable actividad? El caso es que ya ni las niñas quieren ser princesas ni los niños ir a su encuentro ni los adultos soñar que no lo son. Ahora, todos deseamos ser de profesión, tertulianos.
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