¡Qué cosas tiene la vida! Nosotros, tan accitanos, tan nosotros, esperábamos ansiosos la llegada del milagro, y mire usted por donde que el milagro ha venido encarnado en lotería de Navidad. ¡Qué derroche de sidra y cerveza en cada esquina de la ciudad satisfecha! ¡Cuánta alegría hipotecada a nombre de la suerte! Aquí sí que tocó el burro la flauta por casualidad y por obra y gracia de Anthony Blake, factores que hicieron prolongar durante horas, días y seguro semanas lo que fue flor del instante encontradizo. Aunque agradecidos a la diosa Fortuna por esta lluvia de millones sobre la muy necesitada arcilla de Guadix, no debemos dormirnos en el sueño del lunes esperando que nubes de verano como ésta le devuelvan la lozanía y frescura a nuestras tierras marchitas por el olvido.
El Exiliado, embriagado por las burbujas festivas, se aparta un momento del camino y rebusca entre los recortes que acumula en su mochila viajera, tras sentir que algo bulle en su interior. Es entonces cuando descubre, con tristeza en su corazón, un harapiento papel impreso con letra escarlata según el cual la cuarta parte de los granadinos vive en el hacinamiento y la pobreza. “¿Cuántos millones serían necesarios para paliar este agujero negro?”, se pregunta nuestro caminante solitario, agradeciendo en parte este jarro de agua que enfríe su entusiasmo lotero. “¿Podrá el galáctico pitoniso vaticinar un premio capaz de saciar la sed de ilusión y el hambre de trabajo que padece este rincón del mundo?”, continúa el cansado viajero, mientras retoma su senda al exilio. Demasiadas preguntas ante tan vasto silencio, querido amigo Exiliado, y más que crecen al calor de nuestra voluntad inconsciente de afrontar los problemas sólo en su apariencia. De ahí que el sentido de las cosas que hacemos se vaya perdiendo con el paso del tiempo, de ahí que tradiciones como las Navidades, prístino tributo a la unión de la familia, devengan en sonrisas de plástico empaquetadas en el Corte Inglés. Sumergidos en la apetitosa tentación de quedarnos en la superficie, reducimos males endémicos como la pobreza a una limosna o un kilo de arroz en caridad. ¿Tanto miedo nos da mirar debajo de la manta y descubrir qué se esconde en la sombra? ¿Tan grande es el temor que nos impide dar el primer paso y luchar, desde nuestro anonimato, por que el milagro sea tejido por nuestras propias manos labradoras de riqueza de carne y espíritu?
Sin pretender menoscabar la alegría de los hogares accitanos que han visto aliviadas sus cuentas con el pellizco navideño, sí quisiera alertar al concurrido que no baje la guardia, que no esperemos aciertos fortuitos ni tropiezos ajenos para salvar la cabellera día a día. La miseria, en parte cosechada, en parte confinada, que padece desde siglos Guadix aguarda tras las paredes cuyas grietas ocultamos con cal. Tan sólo desde nuestra voluntad emprendedora podremos empezar a creer que los cuentos hoy día, aun sin princesas, dragones, ni magos, pueden tener un final feliz.
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