Publicado en Wadi As en su edición del 15 de junio de 2012
Uno no sabe muy bien cómo llega la lágrima a la mejilla, cómo la garganta se anuda hasta impedir apenas tragar saliva, cómo el alma vuela rumbo a aquel sitio donde empezó a latir. Es una mezcla de alegría por el reencuentro con tan gratas sensaciones y de tristeza por verse uno obligado a exprimirlas recurriendo a recuerdos en los que la realidad y el anhelo se confunden, dando lugar a una acuarela donde las figuras y las formas se diluyen, donde se intuyen aromas y sabores. Eso que llaman la nostalgia del emigrante, expatriado, turista eventual en el extranjero o como quiera que sea el titulillo que uno elige para sí, viene cuando uno menos se lo espera: puede ser por algo explícito como el hecho de ver en alguna red social fotos del pueblo, o por un extraño mecanismo mental, que te conduce a tararear así, sin más, el estribillo de una copla que le oías cantar a tu abuela.
El caso es que, de repente, uno siente la imperiosa necesidad de ese olor a bollos y rosquillas de aceite recién horneados; de apurar el regusto que deja en la boca una buena torta de chicharrones; de recibir ese sol seco y generoso que no se olvida de brillar y calentar incluso en invierno y que permite poder tomar una caña en una terraza en pleno mes de diciembre; de escuchar el silencio que se abre a la hora de la siesta, sólo interrumpido por el reloj de la catedral; de contemplar ese bello contraste que crea lo rojo arcilla, lo blanco sierra y lo azul cielo, paleta de color con la que se pinta el lienzo de Guadix. Y sí, al final acaba uno viajando a su patria, a casa. Y sí, en mi caso Guadix termina colándose entre esas palabrejas alemanas casi impronunciables cuyo aprendizaje ocupa gran parte de mi tiempo, entre tanto nuevo y distinto y curioso que me sucede en esta ciudad con tanta cosa que es Berlín, entre lo diverso y variopinto que compone el reto de superar el día a día.
De esto uno no se hace una idea hasta que no le pasa. Por eso, por mucho que yo ponga aquí por escrito las palabras no llevarán la misma fuerza si todo esto no se ha vivido en carne propia. Quien no ha salido del pueblo más que para ir de papeleo a Granada o a bañarse en el Zapillo no entenderá en verdad este sinsentido con el que hoy titulo estas líneas, pero quien allá en Inglaterra, la India, Japón (…) ha comprobado el efecto de la ausencia prolongada, coincidirá conmigo en el toque agridulce de este arrebato que deja el cuerpo raro, raro, raro. Los que estamos fuera no contamos con un plus de accitanismo sobre los que aman a Guadix desde dentro. En absoluto. Pero hay emociones que solamente se pueden disfrutar/padecer en/desde la distancia. Como éste tener el corazón contento lleno de pena cuando uno piensa/sueña Guadix.
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