Publicado en Wadi As en su edición del 3 de agosto de 2012
Ésta es una de esas noches de insomnio. No es que haga mucho calor. Tal vez la humedad ambiental y lo poco equipadas que están las casas berlinesas para combatir termómetros por encima de 30º, contribuyan a acentuar el bochorno que me impide planchar la oreja. Tumbada en la cama pero con los ojos como platos, recurro a los trillados trucos de respirar profunda y lentamente, destensar los músculos, intentar olvidar las tareas pendientes para el día siguiente… desesperada, al final hasta cuento ovejitas, hasta repito en silencio la cancioncica ésa de “un elefante se balanceaba en la tela de una araña…”… sin éxito. De repente, dos ojos negros pequeños, brillantes se clavan en mi mente. Unos ojillos a los que se suma una boca que no es sino unos labios gruesos en estado de continua carcajada. No es ésta una sonrisa amable. Son risotadas desmedidas. Retumban entre mis recuerdos con un timbre aterrador. La desproporción está servida cuando ojos y morro aparecen pegados al cuerpo de una niña rechoncha. Hacía mucho, mucho tiempo que esos ojos maliciosos no centelleaban en el esbozo oscuro de mis pesadillas, que no revivía esa risa desbocada, que no dejaba entrar en mi universo onírico al Bute que, en mi caso, está encarnado en esta cría regordeta.
¡Ay, mamica, que viene el Bute! Siento ese mismo sudor frío que me empapaba la nuca en aquellas siestas de verano echadas en casa de mi abuela, cuando ella, ante la resistencia ofrecida por mis hermanas y yo a dormirnos, mentaba al susodicho y nos amedrentaba con su inminente llegada. ¡El Bute! Desde mi infancia no había tenido esa misma sensación de indefensión ante la posible venida de un ser malvado y siniestro, a la vez que imprevisible y etéreo –la indefinición de su figura, la inconcreción de sus funciones, que variaban dependiendo de quién lo describiera, cargaba los tintes macabros de la historia-, como el Bute; pero pronto mi Bute empezó a tener forma de esa endiablada niña socarrona cuyo cometido fundamental es poblar mis malos sueños de humillaciones y reproches dirigidos sólo contra mí. ¡Claro que tiene su correlato real! Se basa en otra también rellenita y de lengua suelta con la que coincidí no me acuerdo dónde, quizás en un parque infantil, y a la que no debí caerle bien desde el primer momento, porque su afición durante todo el rato que estuve jugando con ella y con otros críos allí presentes, consistió en insultarme, burlarse de mi vestidito de lazos y amenazarme con pegarme si no hacía lo que ella quisiese. Al resto de niños, tan acojonados como yo, eclipsados por aquella dictadorzuela, relegados a un segundo plano, no logro recordarlos. Tan sólo a ella. Ya crecida, me la he vuelto a encontrar, pero aunque sigue gorda, no tiene ya aquella mirada de odio y asco que tanto me asustó. Ésta pasó al bestiario de mi subconsciente. Y se quedó. Y, mira tú por dónde, hoy, a los años, viene a por mí.
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